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por @ValeraMariscal, management, psicología, gamificación, innovación

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Crisis en un charco

La naturaleza cuenta sus cuentos a quién la escucha.

Salí del pueblo con mi hija de 6 años hacia un arroyo cercano. Ya estuvimos allí en primavera y ella lo recordaba verde y rebosante de agua cristalina, ranas, flores, libélulas.

Ahora es verano, el paisaje es otro, como si la tramoya de la vida hubiese cambiado totalmente el escenario. Antes, verde, ahora, ocre.

Es primero de agosto y hemos pasado un año especialmente árido. En julio, las tormentas se burlaron del polvo lanzando gotas que se evaporaban en el viento, antes de tocar tierra.

Llegamos. El arroyo está seco, como una cicatriz de tierra cosida con juncos verdes. Apenas tres de las pozas más profundas tenían agua. Las dos más grandes, a la derecha del camino, tenían para unas semanas.

A la izquierda la escena era más cruda:

En el centro de una seca cuenca de canchos, quedaba un charco. Apenas un metro cuadrado húmedo, una sopa de vida: agua, limo, lodo y… agonizando violentamente, miles de diminutos alevines que iban varando en sus orillas hasta desfallecer. Los más afortunados, o los menos, según se mire, aún nadaban entre los canales más líquidos del centro del charco. Agua verde y una multitud de peces asustándose de nuestras sombras. Sin posibilidad de huida, moviéndose, agitados, desesperados, pequeños, sucios y perdidos.

Mi hija, feliz ¡Tantos pececitos juntos! Podía tocarlos con sus manos. Un sueño para un niño. Reía y daba vueltas alrededor del charco, como una gata alegre, buscando el mejor modo de atrapar sus juguetes. Los tomaba, los miraba, chillaba, los soltaba, volvía a cogerlos ¡Papá, mira este es más grande! Entusiasmo de una curiosidad radiante.

Miré al cielo, claro, azul, sin nubes. Ninguna esperanza de lluvia en los próximos días y muy probablemente en semanas.

Miré el charco y oí sus gritos, ¿qué hacemos? ¿Dónde vamos?¿Qué pasa?… Hija, vámonos, ya es tarde. Me costó convencerla. Volvimos al pueblo y, en el camino, ella me hablaba del charco, quería que volviésemos mañana. Seguramente recordará este momento, toda su vida.

Yo no paraba de pensar en los peces y en la metáfora, atrapados, con el aire al cuello, huyendo en círculo… Ninguna de las soluciones que la naturaleza les había programado les sacaría de esto.

Y para los que esperan un final feliz, siento decepcionarles. Volví dos días más tarde y quedaba medio metro cuadrado de peces muertos y enterrados en cieno verde. La analogía: pasta oscura de fetuccini de pescado. Muchos habrían muerto viendo un hermoso y seco cielo azul de agosto. Pero, no me miren así, no me acusen, fue la naturaleza la que escribió y terminó este cuento de verano ¿o no?.

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